los colegiales estudian.
Monotonía de lluvia
tras los cristales...
Así era la escuela hace muchos años.
Y había un jueves, de los muchos esperados el que más, que no se me olvida.
Era Jueves Lardero. Longaniza en un puchero.
El maestro y un ejército de pequeños salíamos de la escuela, como presintiendo la cercanía de la primavera, para dirigirnos al campo, o al río, o a Monlora, o adonde fuese, con tal de pasar una tarde amena y provechosa al aire libre y comernos la tortilla de longaniza.
Cuando veo La Lengua de las Mariposas, me viene a la memoria el Jueves Lardero y los paseos escolares de antaño.

Eran humildes maestros de pueblo que supieron transmitir ciencia y cultura sin represión, como ausentes de la cruel dictadura que otros urdieron como propia.
Con los años, me han demostrado que la semilla que se siembra bien, se establece y se hace árbol robusto,
que permanece en nosotros toda la vida.
Maestro, es para ti este pequeño obsequio,
ResponderEliminarlo traigo desde el fondo de mi alma
repleto de cariño y de respeto.
Encierro en él lo que no lleva el viento,
pues con llaves de oro he guardado para tí
un minúsculo tesoro: el más puro sentimiento
y una palabra que extenderse quiere
para llevarte mi agradecimiento.
Recuerdo tus primeras enseñanzas:
toma el lápiz, prosigue, me alentaste
y borraste con paciencia la ignorancia
contra la cual sufriste y luchaste.
Quiero que sepas que aunque un día deje
el aula que cobija hoy mi infancia,
no olvidaré lo que sembraste en ella
y al recordarte allí, junto a tus niños,
caerá de mis ojos una lágrima
inundada de luz y de cariño.
Tiembla hoy mi voz, porque se siente humilde
para poder decirte una poesía,
siento que es poco todo lo que expreso,
¡no alcanzan las palabras todavía!
y entonces ¡oh maestro, que guías con tu luz el paso nuevo,
te dejo en esta estrofa tan sencilla, lo indecible,
lo mucho que te debo!