lunes, 15 de septiembre de 2008

Se intuye el otoño


En pocos días, el plegadero ha cambiado mucho. En realidad, todo el pueblo ha cambiado.

Aunque sigue oliendo a pan recién hecho, a las nueve y media de la mañana no veo a nadie.

Son casi las diez cuando acuden las más madrugadoras, las de siempre. Parece que hablan más bajo, como si el silencio que reina las delatase.

Hablan del colegio, que ha empezado, y del instituto. De los libros y de la ropa de los niños.

Y, sobretodo, hablan de frío, de mucho frío. Ya no hablan de los problemas del pueblo ni de las averías. Les preocupa el frío.

-Ya estamos en invierno. En cuatro días, Navidad. ¡Qué poca gente queda!

¿Y el otoño?

En Erla también tenemos otoño. Las hojas caen, el viento se deja oir y las golondrinas van desapareciendo.

Los campos todavía recuerdan la cosecha y el sol es luminoso cuando se pone, aunque con un intenso resplandor de fuego.

Esta triste tranquilidad que se respira es lo mejor del otoño en Erla.