jueves, 11 de febrero de 2010

JUEVES LARDERO

Un día crudo de invierno
los colegiales estudian.
Monotonía de lluvia
tras los cristales...

Así era la escuela hace muchos años.
Y había un jueves, de los muchos esperados el que más, que no se me olvida.

Era Jueves Lardero. Longaniza en un puchero.

El maestro y un ejército de pequeños salíamos de la escuela, como presintiendo la cercanía de la primavera, para dirigirnos al campo, o al río, o a Monlora, o adonde fuese, con tal de pasar una tarde  amena y provechosa al aire libre y comernos la tortilla de longaniza.

Cuando veo La Lengua de las Mariposas, me viene a la memoria el Jueves Lardero y los paseos escolares de antaño.
No eran  Don Gregorio, sino Don José, o Don Gumersindo. Ellos, tampoco pegaban y, como él, también daban su clase de ciencias naturales en el hábitat natural, sustituyendo los libros y cuadernos por hierbas e insectos, por ranas y barbos.Otros, como Don Bernardino, Don Domingo o Don Alberto, aunque no tan pacifistas, supieron inculcarnos el gusanillo de la Sintaxis, de la Literatura, de la Historia...
Eran humildes maestros de pueblo que supieron transmitir ciencia y cultura sin represión, como ausentes de la cruel dictadura que otros urdieron como propia.
Con los años, me han demostrado que la semilla que se siembra bien, se establece y se hace árbol robusto,
que permanece en nosotros toda la vida.






1 comentario:

  1. Maestro, es para ti este pequeño obsequio,
    lo traigo desde el fondo de mi alma
    repleto de cariño y de respeto.

    Encierro en él lo que no lleva el viento,
    pues con llaves de oro he guardado para tí
    un minúsculo tesoro: el más puro sentimiento
    y una palabra que extenderse quiere
    para llevarte mi agradecimiento.

    Recuerdo tus primeras enseñanzas:
    toma el lápiz, prosigue, me alentaste
    y borraste con paciencia la ignorancia
    contra la cual sufriste y luchaste.

    Quiero que sepas que aunque un día deje
    el aula que cobija hoy mi infancia,
    no olvidaré lo que sembraste en ella
    y al recordarte allí, junto a tus niños,
    caerá de mis ojos una lágrima
    inundada de luz y de cariño.

    Tiembla hoy mi voz, porque se siente humilde
    para poder decirte una poesía,
    siento que es poco todo lo que expreso,
    ¡no alcanzan las palabras todavía!
    y entonces ¡oh maestro, que guías con tu luz el paso nuevo,
    te dejo en esta estrofa tan sencilla, lo indecible,
    lo mucho que te debo!

    ResponderEliminar

No se publicarán comentarios anónimos malintencionados o que contengan insultos